lunes, 16 de diciembre de 2019

Álvaro, el niño que cautivó con el "¡Jallalla las mujeres de pollera!"

Me he recordado de mi abuelita, era de pollera, y por eso he gritado eso

Álvaro, el niño que gritó ¡jallalla las mujeres de pollera!
Quya Reyna (Reyna Suñagua)
16 de diciembre de 2019
Rutinas de Camaleón

Álvaro fue a comer con su papá un caldo de res por la zona de Ballivián, aunque no le gustara, ya no había más que comer por ahí y tenía mucha hambre. El padre empezó a grabarle, porque el niño tuvo miedo al percibir que, mientras comían, se acercaba una marcha. ¡Cómo te vas a asustar! ¡Te voy a filmar!, le decía su padre, tomando su celular y enfocándolo a él. Sorprendido quedó al notar que al pasar la marcha en defensa de la wiphala, muy cerca de ellos, el niño empezaba a repetir las consignas de los y las marchistas con total calma, mientras tenía comida aún en la boca: “la wiphala se respeta, carajo…”. El padre seguía grabando y después de una pausa, su hijo levantó su pequeño puño y en un esfuerzo por ser escuchado, gritó “¡jallalla las mujeres de pollera!”… “Jallalla”, le respondieron los marchistas conmovidos, tanto, que lo aplaudieron y uno de ellos salió del grupo de personas y lo abrazó con un “¡bravo, bravo!”.

Antonia es la madre de Álvaro, nos encontramos por la feria 16 de Julio, caminando en búsqueda de un lugar donde conversar, nos acompaña su hija también. En el trayecto, me cuenta que Álvaro está en Tarija, viajó en cuanto terminaron las clases. Un refresco acompaña la charla en un pequeño café, mientras doña Antonia me sigue contando cómo es que se difundió aquel famoso video en el que Álvaro aparecía gritando el “jallalla”.

“Ese video yo le he pasado a mi hermana y mi hermana le ha pasado a su hija, y ella lo ha subido a Facebook. Yo jamás me he imaginado que iba a ser así de viral, nada… Muchas personas han comentado el video, felicitándole y él les agradece a todos”, comenta Antonia, esperando a que Álvaro conteste la video llamada que le está haciendo.

Juan Álvaro, así se llama el niño alteño. Quería ponerle Evo, pero no me gustaba.  Así que le puse el otro nombre del presidente: Juan. “Álvaro” es por el vicepresidente, por eso se llama Juan Álvaro, me aclara su mamá. Tiene 12 años y es un estudiante ejemplar en su curso, según me cuenta.




“Álvaro, la señorita quiere hablar contigo”, le dice su madre emocionada cuando contesta. Se ve tan cómodo sentado en su cama, tiene los cachetes rojos por el calor que hay en Tarija, pero se nota con mucha energía y muy dispuesto a conversar.

Hola, Álvaro, estoy muy feliz de conocerte, te has vuelto muy popular en las redes debido a tu participación en una marcha de El Alto. Para empezar, ¿quisieras contarme un poco de ti? Lo que desees.

 Me llamo Álvaro, me gusta comer, mi platillo favorito es el pique. Me gusta pasarla bien con mi familia y mis amigos, me llevo bien con mis amigos y vamos a jugar muchas veces fútbol, todo lo normal…

 Álvaro también sé que te gusta la robótica, cuéntanos sobre eso.

Me gusta porque es interesante. Mi padre es electricista y la electricidad también es como robótica. Quisiera ser electricista para saber más sobre robótica.

“La robótica le gusta, me hace comprar unos motorcitos en los rieles de la feria. Me hace comprar unos de juguetes, con eso arma y trata de crear algo. Siempre ha hecho eso, no sé, le gusta eso. Desarma los autitos y le gusta armar”, me acordé que me contaba doña Antonia al servir el refresco, antes de llamar a Álvaro.

    Súper, Álvaro, a ver… quisiera saber ¿cómo es que llegaste hasta ahí, a presenciar la marcha de las Wiphalas ese día?

Yo estaba yendo a la 16 de Julio con mi papá y en ese momento venía la marcha. Creo que yo quería ir luego con ellos, sentí impotencia. Vi en la Tv que habían quemado la wiphala y no me gustó, porque la wiphala es como si fuéramos nosotros, es un insulto para mí que lo hayan quemado.

Llegaste allá y viste pasar la marcha… ¿cómo es que nació esa motivación por gritar “¡jallalla las mujeres de pollera!”?

Es que me da una rabia ver cómo esas personas quemaron la wiphala que nos representaba y por eso estaba así, gritando con ellos, y también me he recordado de mi abuelita, era de pollera y por eso he gritado eso.

¿Cómo te sentiste al ver la reacción de la gente después de que emitiste ese grito?

 La gente se puso alegre de eso y me dieron un abrazo, me sentí bien. Yo no pensaba que la gente iba a gritar conmigo, pero han gritado.

¿Cómo te sientes al saber que hay mucha gente que te conoce debido a eso y que incluso te felicita y te agradece?

 Siento que tengo más amigos y que me pueden ayudar alguna vez y que son muy valiosos para mí. Mi prima lo subió al Facebook y luego me dijeron que tenía hartas visitas y luego veía los comentarios y muchos estaban felicitándome…

 ¿Qué te escribía la gente más o menos? ¿con qué mensaje te has quedado?

 Con esto de que voy a ser presidente…

 ¿Y tú quisieras ser presidente? ¿Te gustaría?

 Más o menos

     Y si  lo fueras ¿qué cambiarías del país?

    Cambiaría la discriminación a los indígenas y a las mujeres de pollera.

      Tu mamá también es de pollera, ¿qué significa para ti eso?

  Significa que es más valiosa que todos los diamantes, ella me cuida desde pequeño.

Antonia interrumpe las palabras de su hijo con un “papitoooo”, palabras que sin duda le han llegado al corazón.



Antonia, la madre de Álvaro. 


  ¿Qué opinas sobre las marchas que se realizaron en El Alto?

     Opino que las personas son como hormiguitas, y que cuando algo malo se les presenta, todas irán a solucionarlo. Una sola no puede, sino todos tienen que ir.

  Álvaro, si tuvieras que identificarte con un personaje boliviano, ¿con cuál sería?

  Con Túpac Katari, porque él defendía a su pueblo. 

     Para finalizar, Álvaro, ¿qué mensaje le dices a todas esas personas que te felicitan por tu valor?

  Les diría que gracias por los buenos comentarios, les agradezco mucho. Y que cuando sepa, voy a ir a las marchas, para seguir gritando y defender a las mujeres de pollera.

Me despido agradecida de Álvaro y Antonia empieza a despedirse de él, mientras cuelga el teléfono, algunas gotas de lágrimas caen de sus ojos, “lo extraño”, dice con la voz quebrada, “es mi fuerza de vivir”, limpia las lágrimas con sus dedos.

Antonia me muestra fotos de Álvaro mientras partía a Tarija, cuando fueron a un nevado, cuando fue a visitar a sus familiares, mientras paseaban por el lago Titicaca… “siempre saca un pulgar arriba en sus fotos”, le digo mientras observo. “¡Ay, no me había dado cuenta, debe ser porque su papá igual es!”, me dice Antonia.

Álvaro es un niño que conversa con las caseras para que les rebaje el precio, es de los niños que no vuelve a casa hasta encontrar  en alguna tienda lo que su mamá le pidió, es de aquellos que puede crear un poema de forma muy rápida y recitarlos con facilidad, hace, como lo dijo él, "todo lo normal". 

Ya es hora de despedirse, tomo un minibús y mientras el maestrito empieza a vocear, yo me pongo a ver en Facebook al niño que con su grito conmovió a varios alteños y alteñas en un día en el que más se necesitaban de nuevas voces y nuevo aliento. “¡Jallalla las mujeres de pollera!”, es una frase que puede ser emitida por una persona como Álvaro, pero El Alto nos ha enseñado que es un grito al que todos deberíamos responder con otro “¡jallalla!”. Así se construyen las nuevas voces, apoyadas unas en otras. 






viernes, 18 de octubre de 2019

EL ALMATROSTE: LA ÚLTIMA MADRUGADA



Cuadro que se encuentra en el Almatroste, de la artista Antagónica Furry.

"Quya" Reyna 

Escritora de un poquito de 
esto y un poquito de aquello.
Viernes, 18 de octubre de 2019

"¡¿Con qué derecho la música de Gilda me despierta?!" (se agarra la cabeza, el ch’akhi le es insoportable).

¿Se acuerdan el capítulo de Los Simpsons en donde Springfield está abarrotada de cámaras de vigilancia? Ned Flanders está como vigilante, junto con otros vecinos, y jode a cada rato con no hacer cosas "indebidas" en la calle. Bart descubre, gracias a su trasero, que una parte de su patio no está vigilada por una cámara y, por eso todos los de Springfield se dirigen allí a hacer lo que se les da la gana con la garantía de que nadie los va a joder. 

Bueno, para mí, el Almatroste es como ese pedazo de patio: el lugar que te da el placer de materializar lo "incorrecto" sin que nadie te joda. No caminamos desnudos, usando una máscara de payaso como taparrabos, pero si se lo hubieramos propuesto  a la Bea o al César, yo creo que hubieran aceptado. Y como dice Bart en ese episodio: "Bienvenidos a las esquinas del caos, el patio del placer, el triángulo de Satanás, el único lugar en la ciudad en donde las cámaras no pueden verlos y las leyes no pueden tocarlos"; pues... bienvenidos y bienvenidas al Almatroste. 


"Bienvenidos a las esquinas del caos, el patio del placer, el triángulo
de Satanás, el único lugar en la ciudad en donde las cámaras no pueden
 verlos y las leyes no pueden tocarlos"
.

“El Alma”, como me lo hicieron conocer desde el principio, fue uno de los pocos espacios en donde podía sentirme relajada, sin que nadie me critique o me jodiera, porque ahí son buena onda o de todas formas todos están ebrios y no tienen tiempo para eso, "Ajá", pero ya en serio, es un lugar agradable, cómodo y en verdad muy humano: ya que nos muestra lo que somos en todas nuestras dimensiones como especie: desde los más pervertidos y asquerosos, hasta los más sexis bailarines de cumbia, cuando ponen un temita bien locochón.

Me acuerdo la primera vez que lo conocí, me llevó una amiga. Me dijo que era un buen lugar para beber un té con té a lo tranquis, se sentó en el colchón de paja que tienen como asiento, y luego un aviso: “el baño nomás es un desastre”. Desde aquel momento no supe ir a otro lugar que no sea ese, a veces con amigos, a veces con el novio, o a veces sola, al final estoy aquí medio ebria o medio no sé qué, sacándole fotos a su baño.

En una habitación de dimensiones desonocidas, pero de aspecto acogedor, se chocan nucas, se rozan cuerpos y el sudor se expone en la frente de hombres y mujeres, haciendo brillar su piel. Las gradas de la entrada, donde ya antes me había partido el culo de una caída, están abarrotadas de gente que espera, como todos, encontrar un pequeño espacio entre la multitud, en donde un cigarrillo en manos de algún despistado no les queme el cabello o puedan beber sin echarse encima la cerveza, por el empujón de algún desconsiderado: un espacio donde puedan estar cómodos pues.

La doña Inés, vendedora de cigarrillos, se encuentra sentada como cada noche en un rincón cerca de las gradas, escondida entre la gente que se acumula a su lado, casi invisible. Si no fuera por su caja llena por las coloreadas cajetillas de Derby o Camel, no sé si la notaría, hay mucha gente. Alguna vez platiqué con ella, no recuerdo bien lo que hablamos, solo sé que no puedo imaginar la entrada del Alma sin ella ahí sentada.

La gente sigue llegando y mientras me estiro para ver el escenario, algunos hombres, entre poetas y amigos del Alma, se suben para regalar una despedida y un homenaje a un escritor llamado “Ioshua” en versos: poemas variados, poemas interesantes, poemas… “Salud por este culo que está lleno de pija que me hizo feliz…” algo así escucho de uno de ellos, mientras no miro más que la espalda amplia de un chango que no para de aplaudir a la hora de escuchar cada frase que el poeta emite. No puedo ver el escenario, no puedo ver nada más que lo que me rodea en un radio de 2 metros. 

Me encuentro a un amigo, un saludo, una cerveza, fuego y pucho. ¡ah! La vida. Ahora mismo se pasan por mi cabeza las puteadas de la Bea a los huevones que les gustaba armarrbronca, recuerdo las veces en que me encontré a alguna amiga que no había visto de tiempo, a los extranjeros que preguntaban alguna vez sobre un detalle en el aspecto del lugar “¿Qué significa esa máscara de ahí?”, refiriéndose a la máscara de un "moreno", las veces en que, en estado etílico, me ponía a leer los escritos que habían en las botellas de singani y alguna que otra charla desabrida entre amigos, charlas sin sentido, o con todo el sentido que le encontrábamos en algún momento de lucidez, motivados por beber más. 

“Mirar es necesario, navegar es necesario, vivir no es necesario…”, dice alguien más que lee poemas en el escenario, y nuevamente solo espaldas, espaldas, cabezas y espaldas. Un trago más directamente de la botella de un Judas, y me encuentro con otros amigos.

Alguna vez leí en el baño del lugar: “Fuma, folla, bebe, que la vida es breve” y en el Alma puedes fumar, beber y follar: ¿follar? Como me dice una chica que hace conversa en la fila para entrar al baño: “si los baños hablaran”... muestra una risa picarezca.

Y pues, como cualquier lugar "underground", el Alma encierra en las paredes de sus baños una serie de graffitis, escritos, stickers, pintarrajeadas... que, distinto de otros, no llevan mensajes como los de los baños habituales. Es un diario libre en donde la gente se ha dedicado a escribir mensajes políticos después de cagar, orinar o coger (o quizá antes de hacerlo). "¡ay! Si los baños hablaran", repite ella nuevamente, “pero sí hablan”, le digo casi riéndome. “¿no ves?” y le señalo toda la decoración léxica y gráfica de las paredes.


“Fuma, folla, bebe, que la vida es breve”.

Las serpentinas desteñidas envolviendo particulares banderines artesanales colgadas del techo se ven aún llenas de noche, de fiesta. Las cajas de DVD’s ¿o MP3's? apiladas en un estante y uno que otro letrero del transporte público o de las "FOTOCOPIAS" también puestos como adornos se ingoran ahora, todos quieren ver hacia adelante, de todas formas no se puede voltear hacia atrás, estamos encerrados entre cuerpos ajenos. El humo de los cigarrillos se difumina en el espacio, mezclándose con el aliento de quienes gritan con las manos en el aire. Algunos vasos suenan y una que otra risa se escucha, escapándose de la bulla de los que platican.

Subo al escenario para decir no sé qué, y desde ahí, las cabezas de la multitud parecen como el muro de piedra que se encuentra al lado de la entrada. Piedras coloridas, piedras negras, piedras con rastas, piedras chascosas y greñudas. Pienso que si me pidieran reconocer a alguien de ahí, solo sería al "Capi", por su cabellera canosa y larga, que de entre todos, es el que más se distingue en aquel muro, ese muro que ha estado ahí desde siempre. 

Debe ser medianoche y después de discursos y poesía, empieza la música y más botellas de cerveza recorren las manos de cada uno de mis amigos para beber. En los rostros se generan algunas sonrisas  y miradas efusivas. Las calaminas del escenario, los faroles con luces amarillas en la barra, el techo bajo, la casualidad de que varios están vestidos de negro, la gente alzando la voz para ser escuchados, algunos detalles... creo que solo eso puedo mirar por ahora. 

La noche se tropieza nuevamente con el Alma, asomándose por la pequeña ventana que alguna vez todos vimos, la cual nos muestra en cada borrachera que allá afuera todavía están durmiendo, que hay silencio y que también ese silencio nos espera al salir. Una luna ausente, una ciudad en penumbra: quizá nadie la note ahora, como el letrero improvisado que se encuentra en la barra “El consumo excesivo de alcohol es dañino para la salud…” y en la parte inferior, con otro color de letra: “…y no te hace más sexy ni atractivo”.

¡Ouch! Mucha cerveza, mezclada con té con té: mala decisión. Mis manos se apoyan en una mesa mientras me siento y en ella reposa mi cabeza, ¡para qué he tomado! La música sigue, el espacio se llena de más palabras, más bulla y más risas escandalosas. Veo de reojo cómo los cuerpos se frotan entre ellos por el escaso espacio que tienen para desplazarse, pero aún así no dejan de moverse, compartiendo la temperatura de sus cuerpos. ¡Qué flojera pararse! ¡Quiero dormir! 

Y es que en pocos lugares como el Almatroste, con un poco de alcohol y buena música, la gente mira y nos forzamos a dejarnos mirar por un momento, para que quizá luego experimentemos ese sentimiento que nos lleva a pensar que “NO QUEREMOS SER MÁS ESTA HUMANIDAD”.

—Quya, ¿estás bien?, levantate… ¡Ay, está tocando una de Gilda!...




lunes, 9 de septiembre de 2019

SIN TOMARTE A TI (cuento)

Los amantes, René Magritte, 1928
Por: "Quya" Reyna Maribel Suñagua Copa
23 de septiembre de 2019

Ayer nuevamente lo viste, perecía mucho más enojado de lo normal. Quizás es porque no te has estado portando bien, quizás es porque nada le está saliendo como desea. Está tenso, cansado, preocupado. No quieres que se enoje contigo, quieres agradarle, quieres que esté bien, que ambos estén bien.

¿Cómo lo conociste? Aún el recuerdo prevalece, pero se mitiga muchas veces por lo sucedido. No quieres recordarlo, quizá luego, quizá cuando aquellas luces parpadeantes de afuera se apaguen, cuando todo se calme y la tensión  disminuya y puedas pensar mejor.

El salón es oscuro, la luz se ha desvanecido para no llamar la atención. Afuera se concentran personas esperando verte, esperando tenerte con ellos, pero sólo puedes pensar en él. Lo ves nuevamente, merodeando los salones, se sienta a tu lado, contempla contigo aquella lobreguez que los transforma en clandestinidad. Pone su chaqueta en tus hombros y rodea tu espalda con su brazo, posa un cigarrillo en su boca con la otra mano, toma un encendedor y el fuego hace contacto con el tabaco envuelto en ese delgado papel. Absorbe, el humo sale por su nariz y se dibuja en el aire.

Te mira, como aquella primera vez y no puedes no quererlo, te sientes tan protegida por él, está tan acomodado en tus emociones, tan bien puesto en tus ojos ¿alguna vez el terror se ha convertido en una dulce compañía nocturna? Una sonrisa disimulada se muestra entre aquel salpicado rostro de sudor. Se acerca más y pone el cigarrillo entre tus labios, aspiras y dejas que el humo se desborde por su rostro en una exhalación casi provocativa.

Lo observas, él se apoya en la pared y se pone pensativo. Quieres su atención y por eso tus manos recorren ese rostro robusto, esa barba ya crecida y su cuello helado. Él saca de su bolsillo una botella de agua, la abre y te la da. Bebes, tragas, piensas y…

     — Cuando todo acabe, ¿me seguirás queriendo como ahora?— le preguntas, mientras unas gotas de agua escapan de tu boca.
       — Cuando acabe, estarás conmigo en una playa en las costas del Atlántico—. Te observa y limpia el líquido cristalino de tus labios con el pulgar.
       — Quiero que todo acabe e irme contigo. 
       — Eres muy valiente, linda. Mucho muy valiente como para confiar en mí.
       — Más que en nuestra policía — le muestras una sonrisa irónica. 

Te dio miedo cuando lo conociste, por supuesto, porque en aquel momento pensaste “esto será un infierno”, pero un día te cobijó y prometió que nada te iba a pasar, le creíste; le creíste tanto que ahora piensas que, si él podría hacerle daño a alguien, no sería a ti. Ahora sólo quieres amarle, quieres posarte en sus labios y, en un abrazo, romper las subjetividades suyas para que él rompa con un beso que te estremezca. Son dos personas que no pueden salir al mundo, así que el mundo salió de ellos y construyeron uno ahí dentro, en donde su amor no era un peligro, sino su arma más poderosa. Son dos personas tranquilizándose mutuamente ante lo indescifrable.

Se recuesta en tu pecho, acaricias su cabeza y envuelves con tus dedos su cabello tan rústico, tan desordenado. Lo miras por debajo de ti, sus ojos brillan por la escasa luz lunera que se asoma por algunas ventanas del salón. Te inclinas un poco y tu cabello largo, al caer, cubre aquel beso minúsculo en sus labios… y de pronto, una cortina de vapor ingresa por aquella delgada línea de espacio entre la puerta y el piso. El salón se baña de un vapor ácido que cae del techo también. El espacio se vuelve espeso, cubierto por una bocanada de niebla agria.

Él toma tu mano y corren desesperadamente, pero sientes que esa niebla calcina tu garganta e irrita tu vista, el espacio se nubla, todo es borroso. Te sientes perdida ante ese infierno que quema tu piel, pero no sueltas su mano. Poco a poco aquellas nubes grises entierran su rostro en el espacio. Sólo distingues aquella mano que tiembla, que aprieta la tuya, no la sueltas, pero aquel gas que se dispersa entre el ambiente impide que puedas respirar, escupes saliva y los fluidos nasales se escurren por tu rostro, sientes un leve ahogo, es difícil respirar, no, no… "¡Aquí están! ¡Tómala! ¡Sácala de aquí!" : oyes gritos desconocidos y, en un intento de hallarte, notas que tu mano está desnuda de él. Alguien te toma del cuerpo y te pone una máscara que cubre totalmente tu cabeza, respiras dificultosamente, aunque el oxígeno vuelve a tus pulmones, tu pecho se infla y tu cuerpo se agita... y recuerdas su mano… la de él ¡lo buscas con tus brazos entre la neblina de gas! La máscara empañada impide más tu búsqueda, gritas, gritas: ¡Clark! ¡Clark! Pero su nombre sólo provoca un mínimo eco dentro de la máscara, que se mezcla con tu aliento, que se mezcla con tu saliva, que se mezcla con tus lágrimas, las que caen por el dolor, uno que te desgarra la garganta y entierra tus párpados con fuerza. Tus gritos se desvanecen como tu cuerpo, que cae tendido en los brazos de alguien más.

¿Cómo lo conociste? Aún el recuerdo prevalece, pero se mitiga muchas veces por lo sucedido. No quieres recordarlo, ahora no, quizás cuando las noticias dejen de hablar de él, quizás cuando las personas dejen de hablar de ti, quizá cuando un día todos olviden que, en aquel banco de Estocolmo, una rehén se enamoró de su secuestrador.  

viernes, 12 de julio de 2019

"La Equis", un diálogo con lo materno


Dentro de un cubículo lóbrego, con una cubierta cálida con olor a tierra, se encuentra un hombre que reposa encima del techo de un horno, en donde la calidez de las llamas ya desvanecidas refluyen en él la sensación de estar en un útero, en donde renacen sus fantasías, sus tristezas y donde puede gestarse a sí mismo.

"La Equis" de Luis Raimundo Flores, escritor alteño. 

"Quya" Reyna Maribel Suñagua Copa
Estudiante de Comunicación Social, UMSA
Viernes, 12 de julio de 2019

Es inevitable no comentar sobre este libro, más si se vive en El Alto, en donde se desarrolla la novela y en donde hay un sentido de identidad con el contexto que describe "La Equis", de Luis Raimundo Quispe Flores. El Alto, sin duda alguna, se muestra en estas páginas como una alegoría al proceso de construcción y de crecimiento que el autor acaece en el texto, pero también, pienso yo, ese proceso de encararse recurrentemente con la “incógnita”, ésta que procede de la ausencia maternal.

El hilo narrativo de la novela gira alrededor del abandono de la madre a su esposo y a sus 5 hijos, entre ellos, el autor. Ahora bien, voy a centrarme en Quispe Flores, en la búsqueda de eso misterioso, lo materno: “¿Qué significa esa palabra? ¿Cómo entenderla desde el vacío? ¿Cómo se la olvida o supera?”, manifiesta en el texto, y es aquí donde entra la palabra “corazón de mujer”.

En el escrito, el autor expresa que su hermano Alfredo era quien más cuidaba de él y de sus demás hermanos.  A partir de este lazo que se crea entre Alfredo y los hermanos menores, es que ellos deciden llamarle "mamá". En un lugar en donde la mujer es sinónimo de maternidad, el término “mamá” designado a un hombre denota que lo materno carece de un rostro cuando se encuentra en el umbral del vacío afectivo, pero tiene una carga de género que constituye lo "femenino". Lo maternal se ha querido interpretar en los personajes en distintas formas, debido a la ausencia de un rostro en concreto que lo represente. 

Es interesante cómo Quispe Flores reconstituye lo materno dentro de simples momentos en los cuales la dulzura tenía para él un significado de maternidad. Incluso se puede notar que cuando la Sonia (la gata) tuvo sus crías, se manifiesta en el autor una forma de reflejar aquello ausente en un ser externo. Sonia es el inicio de la novela, en donde Quispe Flores confronta por primera vez en el escrito a “La X” y cuestiona el olvido voluntario de Ella con la familia.

La tía Filomena que llegó con comida y sació su hambre, la dentista que lo trató con calidez, la hermana que no conocieron (la que hubiera sido la segunda madre) y María, el pequeño adorno de yeso que él y los hermanos observaban en el nacimiento son algunos esbozos de la configuración de lo maternal a partir de los ojos del autor.

Luis Quispe Raimundo Flores, autor de la novela "La Equis".

¿Y si se le hubiera puesto nombre desde un principio a lo que tanto dolor causó? Quizás es por esto que “La X” cobra tanto valor en la novela, desde el acto ceremonial en el que se rayonea con una X el rostro de la madre en una fotografía, hasta darle un rostro en los personajes descritos en las letras del autor. Y es así que “La X” intenta dialogar con Quispe Flores en sus recuerdos, a partir de lo que se percibía de ella y/o a partir de lo que él hubiera querido que fuese.   

Y el llanto, esa exteriorización emocional, que se manifiesta en varios de los personajes, pienso que no es más que el proceso de duelo que conlleva a los hermanos y al padre a manifestar la pérdida de lo materno dentro de la configuración que, convencionalmente, está asignado a la familia y que no se sabe cómo sustituir.

Pero en cuanto a esto, no solamente fue la ausencia, sino también una forma de afrontar el destino austero, como se vio con el padre, quien perdió a su madre y vio partir a sus hijos o el autor, denominado “jach’awalla” por ser quien más lloraba, pero que encontró en el llanto una forma más de refugiarse ante los problemas. Y así como lo materno, el llanto puede manifestarse de distintas formas, pero  cuando se trata de un rostro “no tiene género”.

Y entonces ¿qué es lo materno?, quizás eso que construimos dentro de nuestro imaginario y reproducimos en nuestra mente, para reflejarlo en lo más parecido a ello, un anhelo, una idealización..., y lo materno sigue configurándose a partir de todo lo que implica nuestra construcción como personas; y es ahí donde el rostro de Alfredo se configura bajo un ideal de madre. 

Un segundo abandono: el abandono de la prometida del autor, aquella mujer que le prestó el rostro también a "La X" mediante su dulzura y su comida. La mujer que construyó una relación en base a mentiras fue, sin duda, importante dentro de la trama, para entender la frustración que se tiene cuando ya se ha vivido una experiencia similar por segunda vez desde el sentir de un hijo y su padre. 

Pero en este diálogo algunas preguntas salen a luz ¿por qué  "La X" rechazó ese rol materno? ¿Cuál es su versión? Y es ahí donde Quispe Flores se enfrenta a su realidad y quiere resolver por sí mismo una ecuación con una incógnita que parecía no tener solución, que parecía no tener rostro. 

"... y, aunque soy yo el que mira y hace las preguntas, no te has ido del todo, sigues acá, en este lugar vacío que trato de entender". 

miércoles, 29 de mayo de 2019

El Mamani de la Celia: el rostro anónimo de la delincuencia

Mamani se encuentra con la ropa ya desgastada, dicen que tenía un letrero que ha sido arrebatado por el viento, las gotas de lluvia se han llevado el color de sus prendas y se lo han regalado al tiempo; tiempo que, sin embargo, no le ha quitado firmeza en su cuerpo. 
 Un muñeco de trapo colgado de un poste
en la zona Asunción San Pedro, El Alto. Foto: Quya Reyna.


"Quya" Reyna Maribel Suñagua Copa
Estudiante de Comunicación Social- UMSA
29 de mayo de 2019


Un poste de luz cercano a la esquina de la calle 29 de Junio de la zona Asunción San Pedro en El Alto lleva colgando, con  un alambre, el símbolo de la justicia social. Este símbolo marchito en colores, de prendas ajenas y un rostro anónimo, no es más que uno de todos los que circundan entre la urbe alteña. No tiene un nombre; lo hemos adoptado como lo que es nomás: un muñeco, distinto de los que son para jugar, pues éste más bien sirve para advertir: “Ladrón pillado, será quemado”.

Un libro de Juan Mollericona, Ninoska Tinini y Adriana Paredes llamado “La seguridad ciudadana en El Alto- Fronteras entre el miedo e la acción vecinal” expresa: “Los muñecos, como símbolo del ajusticiamiento se convierten en una forma de enfrentar al ‘enemigo interno’ como es la delincuencia, a partir de estrategias de intimidación a través de la representación simbólica de los linchamientos”. 

Doña Celia Condori, de 46 años,  es una mujer que vive en esta zona hace más de dos décadas. Al frente de su puerta se encuentra Mamani, el muñeco de trapo que ella hizo hace más de 10 años. Se llama Mamani porque me he querido referir a él con un nombre y como Celia se ha negado a ponerle uno, le llamo así porque así se refiere Celia a los mamones ,o sea, al que mama, al que engaña; entonces Mamani le he querido llamar porque me ha parecido interesante. Más que una entrevista, me siento a conversar con Celia sobre la creación de estos “homotrapus”, en especial del muñeco que ella ha hecho.

El olor a pescado inunda el patio de doña Celia. Ella se sienta despreocupada,  lavando algunos ispis y truchas en su bañador, porque al día siguiente  tiene que ir a vender pescado frito a la feria de Pacajes. No se muestra reacia, más bien antes de hacerme pasar a su casa me dijo: “no tengo tiempo, pero si no perjudicas, puedes hacerme la entrevista”. Y sin querer perjudicarle, me siento al lado de ella para conversar, mientras sus manos, con las yemas de sus dedos ya arrugadas por tanto remojarlas en agua, van secándose lentamente apoyadas en su mandil azul.

¿Sólo les llaman muñecos? Es decir, ¿no tienen otro nombre para que se refieran a ellos?
No, muñeco nomás le dicen. Otro nombre no conozco.

 ¿Cuánto tiempo tiene colgado ahí Mamani (se ríe cuando le digo que así le puse a su muñeco)?
Son más de 10 años ¿Cómo me lo vas a poner así?

No es el único en esta calle ¿no?
No, hay otros tres más adentro, pero ya están viejos.

Se los colocan generalmente en las esquinas.
Sí pues, así no entran a las calles, porque (los delincuentes) ya los ven en la esquina y de ahí, tienen miedo.

Una vecina me dijo que los muñecos no habían en estas calles, hasta que murió un chico asesinado por un delincuente en esta zona.
Sí…

Hace más de 10 años un joven que caminaba las calles nocturnas de la zona San Pedro se encontró con la muerte. Una madrugada, de una fecha ya olvidada, fue hallado su cuerpo con marcas de puñaladas. Varios vecinos afirmaron que era del colegio Puerto de Rosario, algunos decían que era del colegio Francia, sí, era del colegio Francia. Sus padres notificaron el hecho a la policía, nadie recuerda si encerraron a los asesinos. Al encontrar su cuerpo sin vida cerca de la cancha de la zona, los vecinos decidieron organizarse para enfrentar el problema de la delincuencia, porque  los alteños no dependemos de la policía en temas de inseguridad; siempre hemos sido huérfanos de nuestras autoridades y como huérfanos, debemos crear nuestros propios medios de defensa, de protección.

Celia me cuenta que los vecinos se organizaron un día después del infortunio de este joven. Los jefes de cada calle empezaron a proponer medidas que puedan solucionar o disminuir el problema. Algunas opciones fueron el de enrejar las calles, otras el de poner cámaras de seguridad o hacer vigilia. Varias de estas opciones se desecharon debido al coste económico o el tiempo que implicaban. Pero una opción en especial fue aprobada de forma unánime y sin reclamos: crear muñecos de trapos y colgarlos en postes de luz con letreros amenazadores, para que espanten a los delincuentes.

 ¿Cómo los crean? Es decir, ¿cómo se organizan para que existan estos muñecos?
En esa ocasión, todos los vecinos debían dar alguna prenda, como ropas, zapatos, pueden dar a veces una prenda, a veces dos. Luego ellos destinan a las personas que van a costurar el muñeco. Destinan quién va a hacer el letrero.

 ¿Tiene algún significado crear este tipo de muñecos?
 Significa que los vecinos están organizados, que en la calle si se encuentra a algún delincuente lo vamos a linchar, es una advertencia.


Calle 29 de Junio, zona San Pedro. Mamani se
 encuentra colgado en el poste de la calle. Foto: Quya Reyna.

Un cordón de lana atravesó el orificio de un agujón de 15 centímetros. Doña Celia supo desde un principio que primero debía rellenar el pantalón, que serían las piernas de Mamani. Cerró las dos aberturas inferiores de esta prenda, o sea, por donde se ingresan los pies; lo hizo para que no escape el relleno que era un conjunto de calcetines viejos y otras prendas trozadas que sobraron de las que donaron los vecinos. Cuando terminó de hacerlo, Celia empezó a rellenar el pantalón, hasta que quedaron bien duras las piernas de Mamani, que no estén liwiliwis (débiles), como dice ella.  

La chompa gris que le dio doña María, la de la tienda, y que seguro era de su hija, la mayor, fue para hacer el torso de Mamani; aunque la chompa con un borde rosado se veía femenino, a Celia no le importó “¿quién se va a estar fijando eso?”, diciendo, continuó costurando. Tomó la aguja y empezó a coser las mangas, cerrando los orificios, para que no salga por ahí el relleno conformado por retazos de tela, esponja vieja y algunos nylones usados más. Al terminar empezó el rellenado, hasta conformar un torso casi sólido. Posteriormente, tomó el borde inferior de la chompa y la juntó con el borde de la cintura del pantalón, y como en una ceremonia religiosa matrimonial, unió ambos para que sean un solo cuerpo, el cuerpo de Mamani. Al terminar, siguió rellenando un poco más hasta darle una corporeidad sólida.

La cabeza puede ser hecha con un panti licra con relleno o coser una tela en forma de calcetín grande  y rellenar. En este caso, Celia no se acuerda cómo lo hizo, le hizo como sea su cabecita al Mamani, dice,  y le puso nomás un sombrero despintado que le habían dado los vecinos. Para que se vea más humano, sus manitos hechas de guantes más le había puesto y de paso unos tenis blancos más, de su hijo, unos viejos, que seguro son la envidia de los otros muñecos descalzos que abundan en la zona, pero que le servirán a Mamani no para caminar, sino para hacerse más humano ante la vista de la inhumana delincuencia y así le tenga miedo.

 ¿Y el letrero quién hace?
 A veces los señores que tienen madera, pintura… o quienes tienen grande lata para escribir: "Ladrón pillado, será quemado", pero creo que ya se han salido sus letreros de los muñecos.

 ¿Por qué tienen que ser siempre hombres los muñecos?
—Porque más que todo roban hombres, por eso. A no ser… a veces andan mujeres. La anterior vez habían andado por aquí una parejita, pero los hombres dan más miedo, ellos más te asaltan, por eso se opta por los hombres.

¿Sirven?, a ver, a partir de que se pusieron los muñecos ¿hubo algún cambio con respecto a la delincuencia en la zona?
Sí, ha estado bien que hayamos colocado, porque después de ese rato ya no habían muchos maleantes. Ya tienen miedo pues. Claro, no entran ya a las casas como antes, pero siguen asaltando a los que caminamos, te agarran, ya es otra modalidad. Sólo funcionan para cuidar las casas, pero hasta de día te siguen asaltando.

Mamani se encuentra con la ropa ya desgastada, dicen que tenía un letrero que ha sido arrebatado por el viento, las gotas de lluvia se han llevado el color de sus prendas y se lo han regalado al tiempo; tiempo que, sin embargo, no le ha quitado firmeza en su cuerpo. Algunos retazos de tela salen por debajo del sombrero que Celia le puso. No puedo ver su rostro, está oculto bajo ese sombrero, su cabeza está inclinada, como si fuera parte de su aspecto la vergüenza o como si de un llanto clandestino se tratara. Y aunque no sea importante ver su semblante, porque de todas formas es un pedazo de tela con relleno, estoy segura que Mamani guarda debajo de ese sombrero marchito, la piel de un centinela nocturno.

Me parece que más que un símbolo del linchamiento, Mamani es el guardián de la calle 29 de Junio. Como guardián, se ha quedado inmóvil en el tiempo, enfrentando con su sola presencia al delincuente promedio que, agarrotado de miedo al verle, da vuelta atrás, para no volver, pues no quiere ser él quien  reemplace a Mamani en el poste de luz y sea colgado, más que por un alambre, por una soga. ¿Quién como Mamani para enfrentarse a la delincuencia sin hablar, sin violentar, sin matar…? sino con sólo mostrarse, porque  el miedo no anda en muñeco de trapo.

— ¿Y acaso la policía no hace algo?
La policía no sirve, ellos llegan al último, cuando el ladrón ya se ha llevado todo. Ni siquiera la alcaldía pone cámaras, nada hacen.

Doña Celia ¿Aquí se ha linchado a alguien cuando se lo encontró delinquir?
Sí pues, porque nadie hace nada. Una vez unos rateros nuestros vecinos habían sido, la gente ha salido a lincharles… pero yo no estaba ahí, me han contado nomás.

¿Murió gente?
No, la policía ha llegado.

— ¿Cree usted que los muñecos son como un permiso para linchar gente, para matar?
Como te dije, es una advertencia…


Mamani colgado en el poste de luz. Foto: Quya Reyna

Colgados con un alambre en un poste, con ellos se cuelgan quizás un poco el miedo, quizás un poco la inseguridad, quizás nada, pero ellos están ahí, como un habitante más de la zona. Les hemos creado el cuerpo, les hemos creado la figura, les hemos construído la personalidad en su ropa e incluso les hemos destinado el sexo; son parte ya de nosotros. Y aunque su trabajo es el de mostrarse solamente, su labor se ha transportado al de ser un ícono más del paisaje alteño, de esa gran campiña enladrillada. 

Y pues, Mamani de todas formas es un mamón, porque nos ha engañado, nos ha llevado, hace 10 años, a la conslusión de que lo necesitábamos para sentirnos más seguros, para sentirnos protegidos, abrazados por la "justicia social" que sólo emiten las manos desesperadas de hombres y mujeres cansados del silencio ante la delincuencia, lanzando un grito, un grito con olor a fuego, de color a sangre, en formas de piedras rebotando en el cuerpo desnudo de un antisocial. Pero no, la solución era otra, es otra; tarde nos dimos cuenta, Mamani.

Y esa vergüenza o llanto clandestino que parece tener este muñeco, quizá es porque aún ve una ciudad que se encamina lentamente a un campo surcado por esa violencia, por ese grito inquebrantable del asesinato... Quizás hemos elevado tan alto a esos muñecos, tan encima de nosotros, que ahora los humanos son ellos. 


"Los ojos del Príncipe Feliz estaban llenos de lágrimas, y las lágrimas le corrían por las áureas mejillas. Y tan bello se veía el rostro del Príncipe a la luz de la luna, que la golondrina se llenó de compasión.

— ¿Quién eres? —preguntó.

—Soy el Príncipe Feliz.

—Pero si eres el Príncipe Feliz, ¿por qué lloras? Casi me has empapado.

—Cuando yo vivía, tenía un corazón humano —contesto la estatua—, pero no sabía lo que eran las lágrimas, porque vivía en la Mansión de la Despreocupación, donde no está permitida la entrada del dolor. Así, todos los días jugaba en el jardín con mis compañeros, y por las noches bailábamos en el gran salón. Alrededor del jardín del Palacio se elevaba un muro muy alto, pero nunca me dio curiosidad alguna por conocer lo que había más allá... ¡Era tan hermoso todo lo que me rodeaba! Mis cortesanos me decían el Príncipe Feliz, y de verdad era feliz, si es que el placer es lo mismo que la dicha. Viví así, y así morí. Y ahora que estoy muerto, me han puesto aquí arriba, tan alto que puedo ver toda la fealdad y toda la miseria de mi ciudad, y, aunque ahora mi corazón es de plomo, lo único que hago es llorar". El Príncipe Feliz, Óscar Wilde.