"¿La felicidad es mental no? Winturita les vende felicidad a aquellos que no están seguros de su cuerpo y todo por 50 centavos".
"Quya" Reyna Maribel Suñagua Copa
Estudiante de Comunicación Social- UMSA
Lunes, 27 de mayo de 2019
Es casi medianoche en El Alto. El minubús que recorrió toda la autopista se estaciona en la avenida 6 de Marzo, justo en el desvío hacia Río Seco: "¡servidos!”, dice el chofer. Bajamos todos y debo caminar un poco más por la avenida hasta llegar a la Calle 2 de la Ceja.
Winturita, sentada en la Avenida 6 de Marzo- El Alto. |
Estudiante de Comunicación Social- UMSA
Lunes, 27 de mayo de 2019
Es casi medianoche en El Alto. El minubús que recorrió toda la autopista se estaciona en la avenida 6 de Marzo, justo en el desvío hacia Río Seco: "¡servidos!”, dice el chofer. Bajamos todos y debo caminar un poco más por la avenida hasta llegar a la Calle 2 de la Ceja.
Ando a paso lento, ya estoy por llegar al segundo desvío, el que se dirige al
aeropuerto y me paro, quiero pasar al frente. Hay un semáforo que no marca ni rojo, ni
verde, sólo un intenso amarillo parpadeante. Volteo hacia atrás para observar
si viene algún auto y en esa inmensa avenida me llama la atención una silueta que
se reposa a un lado del paisaje, un
cuerpo que no se detalla por la espesa neblina. Hay unas piedras a unos metros
delante de ella, las que usan las comerciantes de ahí para hacer parar sus ch’iwiñas y como
ellas, esa silueta se transforma en parte del paisaje nocturno de El Alto, como
una piedra más, un poco más grande, quizá como una roca, que se sienta en el
frío cemento, contemplando el cielo desde el piso y reposando debajo de una
sombrilla formada por unas ramas de pino, ella es la última, la última roca de
la noche llamada Winturita.
LAS 4 ROCAS NOCTURNAS Y WINTURITA
— ¿Siempre
se queda hasta tarde?
— A las 12: 30 de la noche a veces se va— responde Adela, mi madre y “compañera de
puesto” de Winturita, cuando le pregunto sobre ella.
Es otra jornada, son las 21:00 horas más o menos y me encuentro en el mismo lugar,
pero ya no está solamente Winturita en ese espacio, ya que otras 4 mujeres están vendiendo y recogiendo su puesto: doña Flora, es la que empieza a
recoger primero, porque tarda más de una hora en guardar en yutes las decenas
de gorros y guantes que vende. Adela está sentada en un pedazo de
cartón, esperando acabar los montones de palta, toronjas y postres tendidos en
su nylon azul. Doña Zulma, que se estaciona 8 metros más adelante, alista su cochecito para llevar al depósito las coloridas camisas y blusas que comercializa durante el día. Más arriba se encuentra doña María, su esposo ha venido a
ayudarle y entre ambos guardan las ropas y los huevos que venden por la
tarde y, más cerquita de mi madre, a unos 4 metros, está Winturita, una mujer
de aproximadamente 70 años; ella no se va hasta que se vayan todas.
Winturita
siempre está sentada encima de varios
cartones y un cuero de oveja, cubiertos por un awayu. Usa
una pollera que le llega hasta la mitad de la pantorrilla, tiene medias de lana
siempre oscuras, son muchas chompas las que se pone, siempre está abrigada; un
mandil gris le cubre ahora y encima una manta a cuadros. Se saca los zapatos siempre
cuando se sienta, los deposita a un lado y ayudada por un palo envuelto en bolsa negra, ordena algunos de los productos que se han desordenado en su nylon
y que ella no puede alcanzar con la mano. Sin embargo, lo más característico de
ella es un gorrito de lana azul marino muy pequeño, tan pequeño que no le cubre
los oídos, tan pequeño que le cubre muy poco la cabeza, tan pequeño que sólo se posa en su cabellera como un
adorno. Sólo se lo quita cuando se peina.
Ella
vende cremas de lechuga, Nivea, Mentisan, cortaúñas, navajas de afeitar, pilas,
orquillas, gel, desodorantes, entre otros accesorios de limpieza y aseo. Todos
esos objetos están tendidos de forma demasiado ordenada en un nylon de 1 metro
por 1 metro y medio. Es el puesto más pequeño de todos, pero al lado de su
nylon se encuentra el elemento que más ganancias le produce: una vieja báscula para medir el peso y que cuesta
50 centavos su uso. La misma está rodeada de un nylon transparente, para que la
gente no lo ensucie al pararse encima.
De los más de 40 comerciantes que venden en ese lugar, las últimas en irse generalmente son ellas.
SIN LA DOÑA FLORA
Mientras
doña Flora ya se va en el minibús de su esposo, quien le recoge todas las
noches, Adela duerme una siesta envuelta en su manta café y yo me dirijo donde
se encuentra Winturita, está a su lado doña María y un hombre frente a ambas.
Me acerco a paso lento y el señor se para encima de la báscula. Winturita lee
el resultado: “58 kilos”, le dice y con una sonrisa, sin decir nada, el señor
se retira. “Buenas noches. Buenas noches, tía Winturita”, le digo. Doña María
sonríe y Winturita responde un poco indiferente con un “Wenoches”; veo que no
me reconoce. Me paro encima de la
báscula, doña María lee esta vez: “58 kilos”, doblo las rodillas un poco: “64
kilos”, me inclino nuevamente un poco más: “67 kilos”, me dice riendo doña
María. Winturita se pone nerviosa.
Empiezo
a reírme mientras le pago 50 centavos y ellas sólo me miran:
—
Yo ya sé que su balanza está mal, tía Winturita, pero no se asuste, soy su hija
de doña Adela.
Ambas
se calman. Winturita ya puede reconocerme, más de una vez he conversado con
ella hace mucho. Y en efecto, la balanza de Winturita está mal, no lee el peso
bien. En general el resultado sale 58 kilos, cuando te inclinas aumenta el peso. Hace 2 años yo
lo verifiqué. Era bastante gorda y fui a pesarme un día, dónde más si no es
donde la Winturita. Subo a la balanza y “58 kilos”, me dice. Me retiro y me voy
feliz ¡había adelgazado! Pasaron dos semanas y fui nuevamente, seguía pesando
58 kilos. Justo después de mí, un señor se acercó, era más gordo y grande: “58
kilos”, le dijo Winturita. Él se extrañó un poco, pero se fue tranquilo, yo en cambio
ya entendí: todos pesamos 58 kilos.
Desde
ese día, cuando le ayudaba a Adela, veía a las personas sonrientes cuando se
hacían pesar con Winturita, me hacían reír. Todas se iban felices, algunos
extrañados y otros diciendo “no creo”. Pero era esa ilusión momentánea la que
llamaba mi atención ¿la felicidad es mental no? Winturita les vende felicidad a
aquellos que no están seguros de su cuerpo y todo por 50 centavos. Varios ya
sabíamos de la báscula, incluso varias personas, sabiendo, igual se hacen pesar
y pagan 50 centavos, pensando que con eso se solidarizan con la “pobre mujer”.
Incluso Adela me cuenta que cuando se queda hasta tarde, a Winturita le regalan
dinero los transeúntes: desde 1 peso, hasta 20.
Converso
un poco con doña María. “¿Gotea la venta a esta hora no?”, le digo. Ella
responde que se vende, pero poco: “antes se vendía más, pero este teleférico
morado pues, nos perjudica. La gente ya no sube mucho por la autopista”. Llega
un hombre:
— ¿A
cuánto tu navaja?
—
A 3.50— responde Winturita
— Tan
caro— se aleja
— ¡No
es de lata pues! ¡Esos de 2.50 de lata son!— grita sin esfuerzo.
Reímos…
SIN LA DOÑA MARÍA
Nuevamente
estoy con Adela. Deben ser las once de la noche. Doña María se acerca a
nosotras, después de haberse despedido de las demás. Le da un beso a Adela y le
pide que se cuide. Ella en agradecimiento le regala unos 13 postres. Doña María
agita su mano, me mira y se despide con un “chau, señorita”. Ya no hay casi
nada de gente, y si hay, caminan tan presurosos que no notas su presencia.
Winturita ya no tiene con quien conversar, así que sacude un poco su puesto con
una bolsa de nylon, mientras yo me pongo a recordar la conversación que tuve
con ella hace poco. No habla mucho castellano, así que doña María tradujo un
poco su aymara, aunque yo le entendí a veces:
—
Y ese tu palo envuelto en nylon ¿para qué sirve?, tía.
—
Se defiende de los minibuseros que pasan por aquí y que se lo salpican su
puesto con agua. Ella se lo golpea su minibús, a veces hasta piedra arroja— me dice doña María,
respondiendo por ella.
A
escasos metros del puesto de Winturita, al frente, hay un hoyo profundo (una cámara de agua con
la tapa rota a un costado) que siempre se llena de agua y rebalsa, parece un
charco más, pero cuando lo pisas te entras ahi y ¡ay, tatito! Las
veces que he pasado por ahí, he visto gente que ha metido toda una pierna a ese
hoyo y resultado de ello es que algunas gotas salpican el puesto de
Winturita. Si un minibús corre rápido y pasa encima del charco, también se lo salpica y peor.
Ignorada
por la Alcaldía ante la petición de arreglar esa cámara, Winturita ha tomado
medidas extremas: golpear a quien le salpique su puesto (menos a los peatones,
pues sería el colmo que después de que se bañen la pierna con agua negra, una señora
les esté golpeando con su palo “castigador”) o prevenir.
Un
cono con franjas amarillas y negras se posa al frente del puesto de Winturita, para advertir del peligro de ese hoyo. El cono yo ya lo
había visto, pero pensé que la Alcaldía lo había puesto, pero no, la Winturita
se había comprado y cada día, como sus productos para comercializar, ese cono
forma parte de su q’ipi.
El
cono es el que salva a la gente y a ella del infortunio, por
eso ella lo aprecia mucho. Un estudio muy minucioso realizado por mi mamá manifiesta
que 8 personas por día (entre transeúntes o perros) eran los que sufrían las consecuencias de su distracción y “metían la pata” a ese hoyo. Con el cono
de Winturita, la cifra ha reducido a 2 o 3 víctimas por día. Empero,
aún hay minibuses que salpican su puesto, debido a esto, es que Winturita aún
sigue conservando su palo castigador.
SIN LA
DOÑA ZULMA, SIN LA ADELA
Son
las 23:20. Adela ha ido a dejar sus cajas de paltas sobrantes al depósito cerca
del edificio de Impuestos Nacionales, detrás del Campo Ferial. Yo me encuentro
sentada en unas cajas de cartón y Winturita empieza a recoger su productos muy, muy lentamente.
Doña
Zulma ya dejó todo en el mismo depósito, carga su mochila y se despide de
Winturita, de mí no, porque desde hace mucho no nos hemos llevado bien.
Un
frasco de gel, dos manos y una servilleta. Winturita empieza a limpiar con su servilleta varias veces el frasco hasta que esté limpio, para depositarlo luego en una
caja pequeña ordenadamente. Es bastante minuciosa, se la ve concentrada.
Ha pasado
veinte minutos, Adela llega, guarda algunos postres en varias cajas, lo carga
en su awayu, ordena más cajas de palta en su cochecito y se va nuevamente, es
su segundo viaje hacia el depósito. Winturita ha terminado de limpiar los
geles, las Niveas y las demás pomadas. Le falta todo lo demás.
Han pasado otros veinte minutos, Adela vuelve y se retira nuevamente, es su último viaje. Yo me sigo sentando en su puesto con algunos montones de palta, por si acaso alguien quiera llevar. Winturita, en cambio, ha recogido gran parte de su puesto, guarda en pequeñas cajas todos sus productos, los envuelve en bolsas negras y los junta en una servilleta, debajo de la misma está su awayu tendido.
Se
estaciona un taxi frente al puesto de Winturita. Sale un joven, es su hijo,
se sienta a su lado, quiere ayudarle, ella no le deja, le mira con una cara de “vos
no sabes”, Winturita continúa limpiando todo muy lentamente y su hijo se sienta
a su lado con una gran paciencia— ¡Apúrate, mami!. Es de las pocas veces que él
le viene a recoger.
SIN LA WINTURITA
Han
pasado unos 15 minutos. Me acuerdo que Adela me dijo que recogiera el puesto en su ausencia, pero prefiero esperar a que llegue. Winturita se ha sacado el gorro, eso
significa que ya terminó, se peinará y luego se irá. Toma su peine rojo, lo desliza sobre su larga cabellera canosa partida a la mitad, siempre la peina bien, porque sino las trenzas salen feas. Como
cuando limpia sus productos y guarda los mismos minuciosamente, Winturita se
concentra bastante para peinarse. Su pequeña mano acaricia, junto con el peine,
su cabello canoso; es una danza intercalada entre ambas manos. Luego pasa a hacer las trenzas, lo hace de forma rápida, como si sus dedos fueran palillos
de tejer; sus manos se mueven, por primera vez en la noche, de forma rápida,
con un ritmo sinigual.
Se fue Winturita, se alejó como yo me alejé aquella noche, contemplándola entre el vacío de la avenida que por las tardes es un río de autos y gente caminando; se alejó, quizá pensando ¿dónde estará esta Adela? Se fue mirándome, como si se mirara a ella misma, cada noche, cuando se está rodeada de basura plástica y aquellas piedras abandonadas que son parte de ese paisaje nocturno. Quizá porque ambas somos del mismo tamaño, se miró en mi rostro, en mi cuerpo, en la forma en la que estaba sentada justo como ella, en los cartones debajo de mis pies, en el nylon, en la manta a cuadros que me envolvía, en las bolsas de nylon negras al lado, en mis manos rajadas por el frío. Sus ojos se quedaron con los míos por un instante, pero el taxi se perdía en la neblina, como seguro me he perdido yo ante su vista mientras se alejaba.
Ahora soy yo esa silueta que no se alcanza a detallar por la neblina, la que está sentada en el cemento, la que mira el cielo desde el suelo, la que está cubierta por una sombrilla de pinos, la que es observada con lástima por algunos transeuntes. Ahora me toca a mí ser la última, la última roca de la noche... bueno, hasta que llegue la Adela.
Muy pero muy interesante y bueno. Felicidades Kuyita
ResponderEliminarGracias por leerme. Es muy importante para mí tu opinión! No dejes de seguir el blog! Un abrazo!
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